Puro Pueblo - Jairo Anibal Niño - Carlos Valencia Editores - Precio - Libro - ISBN: 9789583003080 

Nota Importante: Libro Usado. Pasta Blanda. 81 Páginas

Ubicación Tienda: A00019

RESEÑA: Sus manos caían con la energía de un herrero amoroso reptaban sobre las teclas sobando el espinazo de la melodía revolucionaria. Cuando los policías y los detectives irrumpieron con el alarido de sus armas el pianista no interrumpió su trabajo y siguió tocando hasta que uno de los tiras disparó su ametralladora contra el piano. En el carro policial atado y sangrante el músico pensó en su piano y lo recordó como un querido elefante con los sonoros intestinos al aire. Sonrió con la comparación con la imagen del gordo amigo de madera y metal apandillado con él en tantos sudores de músicas. El cable verde estalló de pronto en una bombilla saraviada por la cagarruta de las moscas y el militar oculto en un rincón del calabozo hizo una señal a un hombre gordo quien sonrió y mostró desde lo oscuro el brillo de sus colmillos de oro. Avanzó y con una barra de hierro destrozó las manos del pianista. Cuando lo empujaron fuera del cuarto de torturas y le dijeron que podía irse para que sirviera de escarmiento a todos los que se dedicaban a la subversión el músico metió dolorosamente sus manos destrozadas en los bolsillos de su chaqueta miró a la cara a los verdugos y avanzó silbando por el largo y desolado corredor.

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RESEÑA: Sus manos caían con la energía de un herrero amoroso reptaban sobre las teclas sobando el espinazo de la melodía revolucionaria. Cuando los policías y los detectives irrumpieron con el alarido de sus armas el pianista no interrumpió su trabajo y siguió tocando hasta que uno de los tiras disparó su ametralladora contra el piano. En el carro policial atado y sangrante el músico pensó en su piano y lo recordó como un querido elefante con los sonoros intestinos al aire. Sonrió con la comparación con la imagen del gordo amigo de madera y metal apandillado con él en tantos sudores de músicas. El cable verde estalló de pronto en una bombilla saraviada por la cagarruta de las moscas y el militar oculto en un rincón del calabozo hizo una señal a un hombre gordo quien sonrió y mostró desde lo oscuro el brillo de sus colmillos de oro. Avanzó y con una barra de hierro destrozó las manos del pianista. Cuando lo empujaron fuera del cuarto de torturas y le dijeron que podía irse para que sirviera de escarmiento a todos los que se dedicaban a la subversión el músico metió dolorosamente sus manos destrozadas en los bolsillos de su chaqueta miró a la cara a los verdugos y avanzó silbando por el largo y desolado corredor.